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Y ASÍ PASÓ... EL CUADERNO DE DOBLE LÍNEA

 



Una historia de superación

 

La Fundación Camerata de Caracas se trasladó a la Quinta “Gan-Gan” pocos días después del lamentable fallecimiento de Luisa Palacios, madre de la directora. Palacios fue una extraordinaria pintora, ceramista y grabadista, reconocida tanto a nivel nacional como internacional.

 

La "Nena" Palacios, como era conocida en el mundo artístico, residía en esa casa. Por ello, transformar un hogar con tanta historia en una institución musical –que albergaría personal de producción, profesores impartiendo clases y grupos artísticos ensayando– se presentó como un desafío considerable.

 

Lograr esta metamorfosis tomó varios años. Al inicio del proceso de mudanza, la casa contaba con personal de servicio residente: una ama de llaves, una cocinera, dos sirvientas, un chofer y un jardinero. Esta situación generó una problemática inmediata: el personal se había quedado sin empleo de un día para otro, y la Camerata no disponía del presupuesto necesario para cubrir sus sueldos. Además, un equipo tan numeroso no era necesario; bastaría con un jardinero eventual y una o dos personas para la limpieza.

 

En consecuencia, Isabel Palacios se encargó de reubicar al antiguo personal. El ama de llaves, que había servido a la "Nena" por muchas décadas, optó por retirarse. Las dos jóvenes sirvientas restantes, sin embargo, se quedaron.

 

Estas dos muchachas eran muy atentas y cariñosas. Por iniciativa propia, me llevaban exquisitos desayunos a mi oficina. Una de ellas, Elcida Gómez, siempre se mostraba dispuesta a aprender.

 

Un día, mientras me entregaba el desayuno, le di una lista de artículos de limpieza que debíamos comprar con urgencia. Estaba escrita a mano. Elcida se quedó mirando la lista, observándola detenidamente. Pensé: «Qué raro, ¿serán muchas cosas?» Finalmente, comentó:

—Disculpe, señor Jairo, pero es que nunca había visto una letra tan bonita como la suya —me dijo.

Ante tal elogio, solo pude agradecerle. Ella continuó:

—¡Cómo me gustaría tener la letra como la suya! ¡Me sentiría la mujer más feliz del mundo!

—Puedes tenerla —le respondí—. Con práctica lo puedes lograr. Cuando quieras, compra un cuaderno de doble línea, que se usa para eso, y yo te puedo poner ejercicios de caligrafía para que imites mi manera de escribir.

 

Salió de mi oficina muy emocionada y apurada. Retomé mis asuntos y pensé: «Seguro ya se le olvida lo que le dije, pero bueno, no importa, me gustó lo que me dijo».

 

Aproximadamente dos horas después, Elcida regresó a mi oficina cargada con las compras solicitadas:

—Aquí está todo lo que me pidió, señor Jairo. ¿Me lo llevo y lo pongo con las otras cosas de la limpieza?

—Sí, claro. Déjame el limpiador para la madera.

Entonces, sacó el cuaderno de la bolsa:

—Y aquí está el cuaderno que me pidió.

No podía creerlo. Estaba genuinamente interesada y me alegré muchísimo.

—Claro, Elsy —así le decíamos—, te voy a poner el primer ejercicio. Empecemos con tu nombre y varias palabras. Debes aprender las mayúsculas y las minúsculas. Yo tengo mi propio estilo: me enseñaron varios métodos, como el Palmer, pero hice una combinación de muchos, y así escribo desde hace años. Aunque te parezca mentira, por tener la letra bonita llevo ya varios años en la Camerata. Un día te cuento.

 

Para resumir la historia, esta dinámica se repitió a diario, muchísimas veces. Creo que llegó a escribir cerca de 50 cuadernos. Yo le corregía algunos detalles hasta que comenzó a escribir exactamente igual a mí.

 

Fue emocionante ver su progreso. En ese momento, necesitábamos a alguien que se ocupara de las llamadas telefónicas de la casa, que contaba con tres líneas. Convencí a Isabel Palacios de darle a Elsy esa responsabilidad. Estaría en una pequeña mesa a la entrada de la casa, manejando la central telefónica que se había instalado. Isabel aceptó.

 

Elsy pasó de ser la muchacha de la limpieza a ser la recepcionista de la Fundación, pero con una condición: seguiría haciendo paralelamente la limpieza de la casa (que era muy grande y de dos pisos). Ella aceptó el trato, feliz. Yo me hice responsable de que esta labor se cumpliera.

 

Mi asistente, Ana Cecilia Mendiola, era una muchacha maravillosa, muy bonita, preparada y capaz. Siempre me secundaba en todas mis "locuras". Le propuse:

—Mira, Ana, ¿qué te parece si hacemos que Elsy haga una dieta y rebaje?

Elsy tenía bastantes kilos de más, y su cabello, hasta la cintura, reflejaba que su apariencia no era algo que le preocupara, pues venía de un pueblo de Los Andes. Por supuesto, Ana Cecilia aceptó.

 

Fuimos a hablar con Elsy. Yo necesitaba que ella entendiera que queríamos lo mejor para ella y en ningún momento hacerla sentir mal. La acogida de Elsy fue grandiosa. Desde ese día se puso a dieta y, a los pocos días, Ana la llevó a la peluquería: le cortaron el cabello y se lo tiñeron de castaño claro con reflejos rubios. Quedó muy bien y muy bonita.

 

Como yo tenía mucha experiencia en maquillaje, le enseñé desde lo más básico hasta cómo cuidar su piel. Ana, por su parte, le arregló las cejas. Cada día, convertíamos a esa tímida muchacha en una empleada llena de seguridad.

 

Rebajó muchos kilos y Ana la llevó a comprar ropa y zapatos de tacón. Poco a poco, se convirtió en una joven cuya apariencia no revelaba sus orígenes. Se arreglaba las uñas y siempre estaba impecable.

 

Pero faltaba algo. Yo necesitaba que se formara más, así que conseguí unos cursos especiales para que se capacitara como Secretaria Ejecutiva en Computación. Los cursos, que serían los sábados de 8:00 a.m. a 1:00 p.m., correrían por mi cuenta. Durarían año y medio. Se lo ofrecí y, con lágrimas en los ojos, Elsy aceptó.

 

Todos los días se levantaba a las 5:00 a.m. para limpiar las oficinas, el salón principal y las habitaciones convertidas en salones de ensayo. Todo estaba listo para que a las 9:00 a.m., cuando llegábamos todos los que trabajábamos, ella fuera una más de nosotros.

 

Lamentablemente, si algo pasaba, como un derrame accidental, ella tenía que resolver y limpiar de inmediato para que no la volvieran a ver como la muchacha de la limpieza. A esas alturas, solo contábamos con ella, pues la otra joven ya trabajaba en la casa de la directora, a una cuadra de la Camerata.

 

Tristemente, me llamaron la atención y me pidieron que, por favor, no estuviera "cambiando" al personal de la Camerata. La advertencia era clara: si era sirvienta, era sirvienta y no secretaria.

 

Por supuesto, nunca cumplí esa orden. Afortunadamente, durante las más de cuatro décadas que duró mi estadía en la Camerata, ayudé y cambié la vida a muchos de ellos, aunque siempre a escondidas para no ser tan obvio.

 

El día de su graduación, Ana Cecilia y yo estábamos allí.  Estaba tan orgullosa de lo que había logrado y nosotros también.  Su empeño, su dedicación y el deseo de aprender y ser mejor obtuvo su recompensa.

 

Elsy tuvo que retirarse debido a la delicada salud de su padre. Siempre nos llamaba y se mantenía al tanto. Me preguntó cómo podía demostrar su agradecimiento, a lo que le dije:

—Siendo cada día mejor, preparándote y estudiando. Así sabré que contigo no me equivoqué y que, gracias a tu empeño y a tu esfuerzo, logras todo lo que te propones...

 

Y así pasó.

 

Caracas, 28 de Diciembre de 2025

 

Jairo Carthy

Jcarthyc@gmail.com

 


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Y ASI PASO... UN TALENTO IGNORADO.

 

 

El Taller Permanente de la Ópera de Caracas, hoy tristemente extinto, era mucho más que una academia: era el sueño latente de todo aspirante a cantante. Un lugar donde las voces se pulían y los futuros se tejían con notas altas.

 

Para ser parte de el, se requería algo más que ganas. Se necesitaba ganar la audición, y así lograbas tener asignado un maestro de Técnica Vocal y otro de Repertorio, y te abría además las puertas a un mundo de conocimientos: Idiomas, Historia de la Cultura, Análisis de la Ópera, Actuación, etc. Quienes no superaban la prueba solo podían ser oyentes, y probar suerte de nuevo.

 

El jurado, compuesto por los rostros más severos y sabios de la técnica vocal de aquel entonces, presidía ese rito. Su veredicto no solo definía un cupo, sino que podía sellar una promesa en un futuro cercano: cantar en las grandes producciones de la Ópera de Caracas.

 

En la segunda audición del Taller, entre la marea de nerviosismo y esperanza, apareció una joven muy especial. No pasaba desapercibida. Su nombre:  INÉS SALAZAR. Esbelta, de pelo negro azabache, con una mirada muy penetrante que parecía ver a través del nerviosismo. Armando Africano, con su don natural y simpatía, se acercó a ella de inmediato. Y en pocos minutos, ya había desentrañado su historia, mientras ella, entregaba la partitura de lo que iba a ser su presentación.

 

Cuando llegó su turno, el tiempo se detuvo. No recuerdo qué pieza cantó, pero sí la densidad del aire que creó. Fue algo difícil, audaz, una muestra de talento que robó la atención de todo el público, forzado a un silencio sepulcral, pues aquello no era un concierto; y estaba prohibido aplaudir. 

 

Armando y yo, cómplices, nos colábamos en la sala de deliberación del jurado con excusas triviales, buscando un indicio, un eco de aprobación. Queríamos escuchar lo que nuestros corazones ya sabían: Inés debía quedarse.

 

Afuera, la ansiedad era palpable. Para esos jóvenes, era el único camino hacia una carrera profesional. Yo estaba seguro de que quedaría. Había visto otros casos con menos atributos y habían quedado elegidos. 

 

Al final de la tarde, la Directora Isabel Palacios, junto al jurado, aparecieron en el escenario. El momento de la verdad había llegado. Mi vista estaba fija en Inés, lista para celebrar su triunfo. Lentamente, los nombres fueron cayendo. Uno a uno. Y la lista terminó. Inés no fue nombrada.

 

El silencio que siguió fue más ruidoso que cualquier aplauso. Armando corrió hacia ella. Sus hermosos ojos ya estaban vidriosos, empañados por lágrimas de tristeza y frustración. Tratamos, con palabras vacías, de levantarle el ánimo, de hablarle de una próxima oportunidad. Ella, con una gentileza desarmante, nos dio las gracias. Salió del teatro lentamente, su andar pausado y pesado, llevando sobre sus hombros el peso de una derrota inmerecida.

 

Sentí una mezcla de rabia e impotencia. ¿Cómo era posible? Me obligué a callar, racionalizando con un doloroso: “Quizás su simpatía, su porte y su hermosa voz no fueron suficientes para ser aceptada”. Yo no sabía de canto la verdad y a lo mejor algo que no veía era la razón de este resultado. 

 

Y aunque no lo crean, esto se repitió dos veces más.  Un total de tres veces se presentó Inés ante ese jurado indiferente. Ya éramos amigos, una hermandad forjada en la espera y la desazón. El resultado, aunque doloroso, empezó a teñirse de un humor amargo: no aceptada, pero oyente; una opción que su orgullo afortunadamente jamás le permitió tomar.

 

Pero el destino, a veces, tiene una manera grandiosa de corregir los errores humanos.

 

Un día, llegaron a Caracas los maestros Osvaldo Alemanno, tenor italiano, y Helena Lazarska soprano polaca, quienes estaban impartiendo clases de técnica vocal en varias ciudades del mundo. En esas Clases Magistrales, Inés se presentó una vez más. Se dictaban en coproducción con la Ópera de Caracas.  Esta vez, no hubo titubeos. Ambos profesores quedaron fascinados al instante por su extraordinaria voz, su temperamento, su fuerza dramática. Vieron en Inés no una aspirante, sino el potencial puro para convertirse en una estrella destinada a brillar en el firmamento de la ópera mundial. Y así paso…

 

Al terminar las clases, Inés Salazar partió. Se fue de Venezuela, guiada por las manos de esos ángeles que vinieron a alumbrar el camino que el Taller no quiso ver. La estadía en Europa fue difícil, la lucha económica, brutal. Pero Inés lo logró. Poco a poco, con una voluntad inquebrantable, se convirtió en una cantante de primera categoría, llegando a compartir escenario con gigantes como Plácido Domingo y Luciano Pavarotti, dirigida por maestros como Franco Zeffirelli.

 

Su carrera se alzó maravillosa. Me enteraba de sus triunfos a la distancia, viendo a la joven rechazada convertirse en una figura de fama internacional. Y por fin, el momento cumbre: fue contratada por el Teatro Teresa Carreño para una temporada de ópera, como la estrella internacional que era, cobrando el caché que solo las leyendas merecen.

 

Estoy seguro de que, en la plenitud de su gloria, Inés no guardó rencor a quienes le cerraron la puerta. Pero la ironía era palpable: TODAS aquellas que la rechazaron, ahora intentaban adjudicarse su mérito. Era patético, todas decían que era su alumna y mi mirada inquisidora a algunas de ellas las hizo callar.

 

Afortunadamente, nunca la aceptaron en el Taller. Su talento fue forjado en otras latitudes, lejos del juicio ciego de su tierra. Y así se cumplió, una vez más, el amargo refrán: “Nadie es profeta en su tierra.”

 

Y así pasó...

 Jairo Carthy

jcarthyc@gmail.com

 

Caracas, 21 de Dicembre de 2025 

 

 




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Y ASI PASÓ...

 

 

 

Y ASÍ PASÓ... Una columna de historias reales

Desde la publicación de mi libro, “Como soportar la vida con humor. Confesiones de un actor”, he recibido una gran cantidad de mensajes de lectores y lectoras. Muchos de ellos, haciendo eco de una promesa lanzada al final de la obra, me solicitan un nuevo libro dedicado íntegramente al universo de la música académica o clásica.

 

He de reconocer que le dediqué más de cuarenta años a ese fascinante mundo y, por supuesto, tengo un sinfín de anécdotas y reflexiones que compartir. Sin embargo, en este momento, concentrar todo mi esfuerzo en un texto monográfico sobre ese tema específico no me resulta del todo apasionante.

 

Gracias a la brillante iniciativa de nuestra Fundadora, la escritora Viviana Marcela Iriart, hemos decidido tomar un camino diferente: crear esta columna.

 

Titulada  Y ASÍ PASÓ... , este espacio nos permitirá compartir relatos de la más variada índole. Si bien la música tendrá, sin duda, una participación constante debido a mi trayectoria, abordaremos temas diversos, algunos muy divertidos y otros con matices más serios.

El objetivo principal es ofrecerles una lectura entretenida a través de situaciones que me ha tocado experimentar. Todas las historias son reales, pues el arte de inventar nunca ha sido de mi agrado.

 

Deseamos sinceramente que disfruten de este nuevo proyecto. Está realizado con la dedicación y la energía positiva que tanto Viviana como yo ponemos en cada iniciativa de esta maravillosa editorial.

 

Los invito a nuestro encuentro para compartir las vivencias que se esconden tras la frase... Y ASÍ PASÓ…

 

Muchas gracias por el apoyo incondicional que siempre nos brindan.

 

Jairo Carthy

Caracas, 14 de diciembre de 2025

 

 


 

Jairo Carthy

La trayectoria de Jairo Carthy es un testimonio de versatilidad e integración artística a lo largo de varias décadas. Ha logrado amalgamar con maestría su desempeño como actor de teatro y cine, productor de música clásica y diseñador gráfico, reflejando un equilibrio único entre creatividad, técnica y sensibilidad artística.

 

En el ámbito de las artes gráficas, se ha consolidado como un profesional de confianza para muchas empresas e instituciones culturales. Su trabajo se distingue por su capacidad para plasmar un sello distintivo de creatividad y excelencia en cada proyecto.

 

Su portafolio es amplio y diversificado, incluyendo: Identidad corporativa (logotipos, tarjetas de presentación), material publicitario y promocional (afiches, volantes, folletos, trípticos, pendones y pancartas), diseño editorial (libros, revistas), diseño de empaques y carátulas de CD (incluyendo estuches de lujo), entre otros.

 

Su carrera en las artes escénicas es extensa y está marcada por el privilegio de haber trabajado bajo la dirección de los más prestigiosos e importantes directores de teatro de Venezuela. Como actor, ha abordado un vasto repertorio que abarca desde autores contemporáneos hasta clásicos del Teatro Universal, dando vida a personajes que han sido avalados tanto por la crítica especializada como por varios premios.

 

Su trabajo en el cine también recibió elogiosas críticas por sus interpretaciones.

 

Recientemente, se ha integrado a “Ediciones Choroní” en colaboración con Viviana Marcela Iriart. En este rol, asume la responsabilidad directa del diseño y la diagramación de las publicaciones de la editorial. También ha escrito dos libros: “Cómo soportar la vida con humor, confesiones de un actor” y para los niños y niñas un grupo de divertidos cuentos titulado:  “Aventuras con las redes sociales”.  

 

 


 

LA ESCUELITA,  cuando la Jefa se puso seria

 

El Museo del Teclado no era solo un nido de antigüedades musicales, era la casa de dos entes culturales: la Dirección de Música de FUNDARTE (que nos administraba) y, por supuesto, la gloriosa Ópera de Caracas con su Taller Permanente. ¿La capitana de este barco? La maestra Isabel Palacios.

 

Isabel tenía tantos compromisos que, para verla en su oficina, tenías que pedir cita. Ya que por sus mutiples ocupaciones no le daba tiempo de estar diariamente en su oficina.  Pero su grupo de colaboradores era una mezcla explosiva y heterogénea. ¿Disciplinados? No siempre. ¿Buena onda? ¡Siempre! La camaradería y el buen humor eran nuestro aceite y nuestro motor.

Una mañana, la dulzura se evaporó. Nuestra Directora llegó con un aura que decía: "No más caos" (Y con justa razón, para qué mentir). Yo me daba cuenta del desorden pues venía de un mundo musical donde la puntualidad y la eficiencia eran casi una religión, pero aquí, en el Museo, la gente se relajaba demasiado.

 

Muy molesta nos reunió a todos en su oficina,  en ese momento nos miramos y pensamos: No se sentó en su silla de siempre, por su actitud parecía que se había sentado en un trono, encendió su infaltable cigarrillo de la época (¡todo un símbolo de autoridad!) y nos miró a los ojos, uno por uno, con esa mirada que no acepta un "pero". Se acomodó varias veces y tomó la palabra, nosotros nos sentíamos como si estuviéramos viendo su programa de televisión “Clásicos Dominicales”. 

 

-¡Señores! A partir de hoy, se acabó el desorden. ¡Quiero organización! - declaró, como una sentencia de ópera -. Estoy harta de encontrar notas escritas en cualquier cosa: un pedazo de revista, una envoltura de cigarrillos, ¡un papel que se vuela! Necesito saber qué demonios hacen. Esto no puede seguir así.  Ahora mismo, van a ir a comprar unos cuadernos. Todos iguales. Y en ellos, van a escribir, como Dios manda, un resumen de sus actividades del día de hoy y lo que tienen programado para mañana, no quiero sorpresas y por supuesto cualquier mensaje urgente para mí. ¡Eficiencia y orden! Los quiero en mi escritorio antes de la noche. Ahora, ¡muévanse!

 

Y, tan rápido como llegó, se fue a sus mil ensayos, clases y reuniones.

 

Nos quedamos allí, boquiabiertos. Era la primera vez que veíamos ese huracán de carácter. Un silencio sepulcral nos cubrió hasta que Nelly Zerpa murmuró:

- O sea, ¿la propia "Escuelita"? ¿Como si fuéramos niños? ¡Qué fastidio!

 

Y justo en ese momento, nació la genialidad.

- ¡Ya va! dijo Corina Michelena. ¿Y si hacemos exactamente lo que nos pidió, pero actuando como si fuéramos niños? ¿Qué les parece? 

-¿Pero cómo sería eso? - pregunté, un poco escéptico.

Armando Africano, mi compañero de la Ópera (y el más audaz), tomó el control de la misión:

- ¡Al ataque! ¡Vámonos todos a la librería! Y agregó, con una sonrisa malvada -: Y no solo compraremos cuadernos. Compraremos calcomanías, creyones de colores, ¡todo el arsenal de un kínder!

 

Ana Cecilia Abreu, reforzó el plan de sabotaje creativo:  - ¡Y plastilina! Podemos dejarle una figurita de plastilina. ¿Quién puede molestarse por un conejito de plastilina?

 

¡Misión aceptada! Éramos ocho adultos con la emoción de un paseo escolar. En la librería vaciamos el estante infantil: stickers de ositos, dinosaurios, cintas de colores, creyones fluorescentes... El objetivo era claro: transformar el temido cuaderno de reportes en un Diario de Primer Grado.

 

De vuelta en la oficina, nos pusimos manos a la obra. Decoramos los cuadernos según el personaje de "niño" que éramos. El texto lo redactamos con un lenguaje y una letra que imitaba la caligrafía torpe de un infante. Yo, por ejemplo, siendo diestro, escribí mi reporte con la mano izquierda, y me quedó perfecto; parecía una nota real de un niño.

 

Pero lo mejor fue la plastilina. Cada uno hizo su propia obra maestra. Yo, el ordenado del grupo, hice una pulcra canasta de frutas. Armando, por supuesto, hizo algo completamente abstracto y le asignó diez significados profundos. ¡Todo se veía deliciosamente infantil y original!

 

Terminamos, limpiamos el desastre y montamos la exposición. Cada cuaderno impecablemente decorado, cada figura de plastilina con su título asignado en una cartulina de color. La cereza del pastel: unas flores y la mítica manzana de la maestra acompañando un mensaje que decía: "Esto es para Usted, Seño" (porque en nuestros tiernos años, así llamábamos a las maestras).

Revisamos la escena del crimen, y nos fuimos a la casa.

 

Lo que no sabíamos era que Isabel venía de vuelta con ¡la Junta Directiva de la Ópera! Nada menos que Hans Neumann, José Ignacio Cabrujas, la Dra. Alicia Álamo y el Maestro Riazuelo.

Isabel abrió la puerta de su oficina, encendió las luces, y entró seguida de semejantes titanes de la cultura.

El shock fue inmediato.

Al ver aquel circo de cuadernos y plastilinas en su escritorio, Isabel solo pudo exclamar:

- ¿¡Pero qué es esto!?

El asombro de los directivos fue épico. Se acercaron lentamente a nuestras "obras de arte" y las risas empezaron a sonar.

-¡Mira esta! —decía uno. — ¡Y mira este mamarracho abstracto! — replicaba otro.

Isabel no sabía dónde meterse, pero se dio cuenta de que la presión bajaba al ver el ataque de risa de sus jefes. José Ignacio Cabrujas, el dramaturgo, sentenció con una sonrisa:

- No hay duda, Isabel. El personal que diriges es increíblemente creativo, y eso es excelente para lo que hacemos.  El Maestro Riazuelo que nos conocía bastante agregó: ¡Además de tener un sentido del humor maravilloso para hacerte esta sorpresa!

 

Ella, entre risas, tuvo que confesarles la bronca de la mañana que había generado la "Escuelita".

Al día siguiente, ansiosos por el veredicto, fuimos recibidos por una Isabel que no podía parar de reír. Hubo felicitaciones, comentarios divertidos y, lo mejor de todo, ella asumió su nuevo papel: se dedicó a escribirnos un mensaje personalizado en el cuaderno de cada uno, actuando como la Maestra de la "Escuelita" que habíamos creado.

 

Fueron años geniales, llenos de creatividad y de anécdotas como esta. ¡Ya les contaré otra más adelante!. Y  así pasó…

Jairo Carthy

jcarthyc@gmail.com

 

 

Caracas, 14 de diciembre de 2025

 

 


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