"A PUNTO DE
DESPEGAR…
Durante el rodaje de la primera película
en la cual tuve el placer de participar, me sucedió un episodio muy pero, muy
inverosímil, pero les aseguro que es verdad.
Estábamos filmando en las afueras de la
ciudad de Maracaibo, era un miércoles y en Caracas me estaba presentando en una
obra de teatro y esa era la semana final de la temporada. En las cláusulas de mi contrato decía que yo
podía filmar hasta el mediodía de ese día, pues debía volar a Caracas para
hacer la función de esa noche, y que, a partir del siguiente lunes podían
disponer de mi tiempo como mejor les convenía, pues ya no tenía funciones de
teatro.
Hasta ahí todo iba muy bien. El detalle
estaba en que eran casi las 3 de la tarde, el último vuelo a Caracas salía a
las 4 y estábamos en las afueras de la capital. Y para completar, la escena que
estábamos filmando era nada más y nada menos que la de la muerte de mi
personaje, un terrible asesino a sueldo, al que para beneplácito de la
audiencia de los cines matarían con muchos tiros y correría mucha sangre. Bueno en realidad la sangre corrió durante
toda la película, pues mataban a todo el
elenco, no en balde se llamaba “La Matanza de Santa Bárbara”.
Pues bien, un maquillador español de
efectos especiales tuvo a su cargo mi aspecto terrible, entre todas las cosas
que me hizo, cuidadosamente introdujo dentro de mi cuero cabelludo un producto
parecido a un gel, era más como un chicle negro el cual se derretiría con el
calor y daría un aspecto de sangre muy natural que correría por mis sienes, mis
ojos, mi cuello etc. etc. Por fin
filmamos la escena, ya estaban los asistentes con toallas, agua, y mi ropa
dispuestos a quitar y limpiar cualquier vestigio de mi personaje. Pues bien,
allí en medio de la calle y con la rapidez que era capaz, me desmaquille
y me monte en el taxi rumbo al aeropuerto “La Chinita” a tomar mi vuelo de regreso
a Caracas.
Íbamos a más de 120 km. por esos
caminos, parecía que nunca llegaríamos, parecía la Cenicienta camino a su casa
apurada de llegar antes de que den las 12 y se acaba el encanto.
Al fin llegamos, salgo corriendo del
taxi y me dirijo al mostrador de la línea aérea, allí me encuentro con un
empleado que me mira aterrado y me informa que el vuelo está a punto de
despegar.
Yo me preguntaba: ¿y a este tipo qué le
pasa? Me quería morir, ¡yo debía tomar ese vuelo como sea! Le pregunto que por
dónde se va a la pista y me señala unas rampas.
Yo parecía un patinador de hielo,
iba por esas rampas volando y ya al final me encuentro con unos guardias
nacionales, obviamente me detienen, me miran aterrados y yo les digo:
- Disculpen, pero tengo que tomar ese
vuelo, es de vida o muerte….
El guardia ve a su compañero, este
asiente y por una radio se comunica con la torre de control para que detengan
el avión. De nuevo ambos me miraban casi
con lástima. Yo pensaba: aquí todos
están locos. Me dice el
funcionario: ¡Corra! ¡Corra que el avión
lo está esperando!
No sé si ustedes saben que esos aviones
pequeños tienen una salida o entrada por detrás, sí como por el culito del
avión, pues mientras corría veo que se va abriendo una compuerta, pero no baja
ninguna escalera, cuando llego y veo hacia arriba la aeromoza aterrada me dice:
- Suba, suba… y yo me preguntaba: ¿Y por
dónde pendeja? Por fin bajo la escalera como de 2 peldaños, y quedaba muy
arriba. Cual primate me trepé por las escaleras y subí me senté en un puesto
cualquiera y la aeromoza me dijo: — no se mueva que vamos a
despegar. Por supuesto las miradas de
TODOS los pasajeros caían sobre mí y yo pensaba, ¿pero por qué me miran
aterrados? Por fin el avión despegó y la
aeromoza muy amable me dice:
- ¿Quiere
algo, un calmante? … se ve muy mal, y yo le respondo:
- Bueno agua o algo de tomar si es tan
amable.
Me asignan mi puesto y el tipo que está
sentado a mi lado mete casi un grito y me dice:
- ¡Señor que le pasó, por Dios!!!
Yo no entendía nada. Pero cuando me voy
a limpiar el sudor de mi cara, lo que me limpio es “sangre”. El famoso producto hizo su efecto y por
supuesto no me habían quitado todo el que me habían puesto en el cuero cabelludo
y entonces hizo su función. Yo sangraba
de manera muy natural
Lo increíble de esta historia y que
siempre me he preguntado, es ¿cómo dejaron subir así a un avión a una persona
que supuestamente estaba herida? Y nunca me preguntaron ni mi nombre, ni me
pidieron el boleto… nada. Lo importante
es que pude llegar a tiempo a hacer mi función… ¡Ah! Y esa escena que tanto
trabajo dio no sirvió. La repetimos unas
semanas después en Calabozo y con toda la calma y tranquilidad disfruté de la
muerte de mi personaje.
Por cierto, el muchacho que viajó a mi
lado… sí, el del grito, era nada más y nada menos que Amílcar Boscán solista del
conocido grupo “Guaco”."
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